La cultura de la carreta: una historia de «superación»

Emmanuel Josué Correa Vázquez
Programa de Lenguas Modernas, Departamento de Lenguas Extranjeras
Facultad de Humanidades

Resumen:

El puertorriqueño sufre una crisis de identidad desde la formación de lo puertorriqueño, ¿qué es lo puertorriqueño? ¿Cuál ha sido el producto cultural que se ha confeccionado aquí en Puerto Rico? Éstas son preguntas que aún generan debates y que inspiran diversas interpretaciones en varias disciplinas desde una base económica hasta una filosófica, entre otras. Por consiguiente, se formula en este escrito una visión diacrónica del puertorriqueño, de cómo el puertorriqueño se refleja ante el capitalismo norteamericano y genera una identidad insalubre en nuestra contemporaneidad. Se hace referencia a la gran obra de René Marqués, La Carreta, para comprender ese deseo de medrar desde el terruño, que a pesar de las influencias que han tratado de dominar nuestro modo de pensar y producir, se puede desarrollar una cultura que ejerce su voluntad desde una mirada hacia adentro, desde la tierra.

Palabras claves: identidad, cultura, superación

Abstract:

Puerto Ricans suffer an identity crisis ever since their birth as a culture. What is considered Puerto Rican? What has been the cultural product created by Puerto Ricans themselves? These are questions that still generate debate and that inspire diverse interpretations across various academic fields, from the economical perspective to the philosophical one and so on. Therefore, it has been added to this work a diachronic vision of Puerto Rico, and it shall be explained how Puerto Ricans mostly reflect themselves through North American capitalistic culture and how that births a new identity that is not necessarily a positive one in our contemporary society. This work’s base is found in René Marqués’ play La Carreta. Through the influence of this play, we can affirm the stance that even though we are externally influenced to think and produce in a certain way, there is a way to create a culture that wills its own way through the cultivation of its own land, its own way of being.

Keywords: identity, culture, overcoming

«Pueh que tóh predican el dólar, mijita. Pa tenél velgüenza hoy día hay que tenél dinero. Enanteh se podía ser probe y tenél dignidá. ¿Y tú sabeh polqué? Polque el probe tenía argo en qué creer.»
Don Chago, «La Carreta», René Marqués (1983) (Marqués, 1983)

Desde el nacimiento de una llamada cultura puertorriqueña –utilizando la transcendencia que encaja la palabra «cultura» en términos de costumbres generacionales– el sujeto puertorriqueño ha padecido de un fenómeno mnemotécnico, donde la figura del antepasado o la situación histórico-económica traumatizante, se convierte en causa de una paranoia hereditaria. Explico. Existe una crisis de identidad en Puerto Rico y es sutil su permanencia en la memoria cultural; su estadía ha creado una vorágine de movimientos y diásporas que han acomplejado el funcionamiento de la psicología puertorriqueña en torno al reconocimiento del pasado, obrar en el presente y el progreso hacia el futuro. El puertorriqueño se proyecta a sí mismo en capital: el dinero nos enjuicia en un tribunal de vida o muerte. ¿Y cómo se ha cristalizado esta crisis? ¿En qué vestido se ha encubierto este vampiro ideológico, que empalidece a nuestro ya lánguido espíritu isleño; reduciendo a un vivaz Josco a un buey de pastizal (Díaz Alfaro, 1947), criatura de hábito cuya única perturbación de conciencia es «levántate y come»? El sujeto humano se genera y degenera a base de nuestros pensamientos y fundamentos; por lo tanto, hagamos un ejercicio de introspección social y filosófica, y observemos cuánto nos hemos enfangado en la charca (Zeno Gandía, 2003), hasta llegar a ser seres irreconocibles, que creemos que sabemos hacia dónde vamos, no importando nuestros ojos guarros ofuscados por la charca.

En Puerto Rico se propaga una serie de diversas narrativas de «superación», es decir de cómo «salimos» de la charca gracias a la Operación Manos a la Obra (Carrión, 2014), o gracias a la magnánima benevolencia de los Estados Unidos u otro cuento que determina que nos hemos desligado de nuestro espectro del pasado: la pobreza, la ignorancia, la suciedad y el sufrimiento. Si es verdad que el puertorriqueño se nutrió de beneficios y comodidades, materiales y naturales, después de estas campañas de superación económica, es evidente que hubo un giro ideológico que nos acompaña en nuestra contemporaneidad, una ideología que intenta persuadirnos de que de alguna manera el capital y la adquisición del mismo es una vía de expurgación moral y espiritual, pues la vía crucis por la causa del dinero te garantiza la salvación en la vida y, sabrá Dios, hasta la postrera en las memorias de tus congéneres como un paradigma, simplemente porque tenías muchos «chavos». El dinero se ha convertido en el objeto vehemente de nuestra sociedad; contextualizando las predicciones de Juan el Bautista en Lucas 3:9: “…todo ser que no produzca capital será cortado y arrojado al fuego”. Tal es la ideología extranjera, ese «American Dream» que se nos ha impuesto desde el nacimiento –lo que sería « A Puerto Rican’s guide to becoming American»– creciendo como parte de nuestra cultura el hecho de que sin capital no hay paraíso, a menos que hayas cometido el monástico voto de vivir en «taparrabo» como nuestros antepasados, de vivir de la tierra. De estas controversias surge la crisis de identidad que sufrimos, donde el dinero es la fuente de identidad y todo lo relacionado con la tierra es rechazado. Es un no ser en la concepción moderna puertorriqueña de la identidad: todo lo que conlleve a una vida mezquina de acuerdo al estándar de este «sueño americano» tan añorado por muchos es la vía para ser un «anónimo» en la sociedad: un «nobody».

¿Cómo se nos muestra en la cotidianeidad esta imposición ideológica del puertorriqueño digno a raíz de su fortuna? No hay que extender la creatividad muy lejos, pues se nos presenta en el fundamento más pregonado de la sociedad puertorriqueña: la familia. Dentro de este núcleo social, es muy probable que se hayan escuchado los siguientes comentarios reciclados de la ideología puertorriqueña capitalista: « ¿Qué vas hacer con un bachillerato de Humanidades? Eso no es práctico, te vas a morir de hambre mijo; te va a comer un caballo sino estudias algo que de chavos. ¿Y cómo vas a sostener tu familia? ¿Y cómo vas a comprar las cosas que te gustan? ¿Y quién se va a casar con un pobre? ¿Y qué valor tiene eso? » Este discurso, asentado sobre buenas intenciones por parte del familiar, está inconscientemente regido por un garrafal utilitarismo de las cosas; ha engendrado una desconfianza o rechazo de toda especie de labor que no provenga de los jardines pletóricos de Babilonia, o sea, el triunvirato del lucro que domina nuestro pensamiento insular: el médico, el abogado y el ingeniero, los grandes «superadores» de la insuficiencia isleña. Con sólo escoger una de estas profesiones, ya adquieres la admiración, el respeto y una vida familiar sin pleitos ni llantos ni premoniciones sobre el futuro, por lo que recibirás el regalo de una buena primera impresión de cada persona partícipe de la ideología que se extiende a nuestra cotidianeidad. Gracias a esta particularidad, se ha desvalorado la dedicación al área académica y las labores de sustentamiento fundamental como son los agricultores y los trabajadores de la tierra; no hay duda de que el triunvirato del lucro es de carácter loable, pero el problema habita en las percepciones que rigen nuestra forma de vivir y decidir, pues no solo del medicamento, el afidávit y la maquinaria vivirá el hombre.

El movimiento constante del puertorriqueño para la adquisición de capital es una escena recurrente en la historia de Puerto Rico. Desde la economía de supervivencia basada en contrabando hasta la emigración hacia las fábricas neoyorquinas, la masa puertorriqueña peregrina hacia donde está el dinero, diferenciándonos de otros en cuanto nosotros le rendimos una adoración idólatra al dinero y su fuente. En el drama de René Marqués, «La Carreta», se permea esta particularidad económico-religiosa alrededor del dinero y el modo de cómo se produce en la figura de Luis: hombre joven de la ruralidad que se cae bajo el sortilegio de la promesa del progreso que trae la máquina industrial, objeto que, finalmente, le quitará la vida. La obra de René Marqués todavía tiene vigencia; ¿acaso no hay una relación entre la ideología imperante actualmente y la de Luis en el campo? En la figura de Luis y el puertorriqueño moderno se ve precisamente la crisis de identidad; ambos se identifican con la fuente de dinero, ambos desvaloran la tierra, la figura del antepasado y aquella vieja sabiduría que reitera lo esencial de las cosas más básicas y primordiales del hombre que se reflejan en la tierra; conscientes de la realidad que viven, cultivan lo que la tierra les provee, que son las cualidades naturales con la cual el individuo se desarrolla. La tierra permanece, creando la posibilidad de crecimiento, a diferencia de las máquinas y la constante búsqueda nómada del capital y sus promesas, que no tiene base en dónde fundamentarse. Para los nómadas puertorriqueños siempre habrá que «superarse», sin embargo, la amnesia voluntaria no registra la historia, por la cual nace el estancamiento móvil, donde el suelo es diferente pero la dinámica sigue siendo la misma.

El problema de la identidad en Puerto Rico es una que se presenta en todos los sectores de nuestra sociedad; todos bebemos de la misma copa la ideología del porvenir. La búsqueda del progreso no es moralmente malévolo, al contrario, es noble en sus intenciones. Sin embargo, como expresa el dicho: «El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones»; no todo lo que se proyecta como esplendoroso va a ser un paraíso. Don Chago, en su plática con Luis en la primera estampa del drama, refiere a cómo el puertorriqueño no dependía de lo material para saber qué era digno (Marqués), no era menesteroso de tener bonanzas materiales para afirmar su identidad, afirmar que él es, independientemente de las ideologías foráneas que nublaban nuestra identidad como seres de la tierra, seres con una transcendencia histórica y espiritual. Las huellas del antepasado han sido marcadas para poder examinar nuestro recorrido, no para omitir su existencia por una concepción foránea que descuida los hijos e hijas que han tenido un transcurso histórico particular, abandonándolos en una charca donde no pueden distinguirse a sí mismo, solo pueden identificar e identificarse con lo externo material, con lo falaz, con lo efímero; en su lugar, podríamos seguir el llamado de la tierra, que es nuestro más íntimo sentir de ser, nuestra permanente esencia de lo que debemos hacer como individuos, sin ser regidos por la maquinaria que nos consume en masa bajo la ilusión de que el dinero es vida y que la vida es no lo que eres, sino lo que «deseas» obtener. Hay que parar el ciclo de «superación» por ganancia; hay que crecer, como el árbol frondoso: desde una semilla frágil hasta un tronco grueso y cimentado, no pierde el registro de que una vez fue una semilla diminuta que ahora, por el curso natural de su ser llega a su esplendor. Julio Cortázar dijo: «la cultura es el ejercicio profundo de la identidad»; por consiguiente, esta cultura de la carreta[1] hay que detenerla en su camino, hay que desarrollarnos de nuestros propios fundamentos históricos e individuales como puertorriqueños y seres humanos.


Notas

[1] La alusión a una cultura de «la carreta» es la referencia que se utiliza en este ensayo para unificar la visión de René Marqués en su drama La Carreta con el análisis que se realiza en la contemporaneidad puertorriqueña. La referencia funciona como anamnesis de la experiencia puertorriqueña en torno a su movimiento migratorio y su dilema respecto a la consolidación de una identidad neta, enraizada en unos principios propios de la tierra; circunstancias que aún resuenan en nuestra conciencia cultural.


Bibliografía citada:

Carrión, M.E. (2014). Enciclopedia de Puerto Rico. Recuperado, 20 de febrero de 2015. http://www.enciclopediapr.org/esp/article.cfm?ref=06102003&page=4 Digital

Díaz Alfaro, Abelardo. (1947). Terrazo. San Juan: Editorial Plaza Mayor. Impreso

Marqués, René. (1953/1983). La Carreta. San Juan: Editorial Cultural. Impreso

Zeno Gandía, Manuel. (1894/2003). La Charca. San Juan: Editorial Plaza Mayor. Impreso

Posted on September 14, 2015 .