Jorge Antonio Sánchez Rivera
Educación Secundaria Español, Programa de Enseñanza
Facultad de Educación
Ya han pasado varias semanas desde que el sargento Cardona le entregó los cuatro casos de asesinato a los oficiales Ruíz y Olivero. Estos crímenes ocurrieron en una misma semana, en la zona de Río Piedras, dando paso al terror y a la inseguridad entre los ciudadanos del área. A pesar de las evidencias encontradas, los oficiales se sienten burlados al no tener una idea clara de dónde continuar investigando para encontrar pista alguna que los dirija hacia el asesino. El Coronel, desesperado por la ineficiencia de sus agentes, comenzó los trámites para referir los casos a los federales. La imagen de la Policía estaba siendo destruida por la presión que ejercían los familiares de las víctimas, los medios de comunicación y el gobierno. En eso llegó la noticia de que una persona había acudido al Cuartel de Río Piedras para testificar sobre el caso de la enfermera, la primera víctima. Los agentes arribaron en menos de veinte minutos y posteriormente interrogaron al hombre.
Las investigaciones habían comenzado luego de que un lunes veintinueve de septiembre, a las once y treinta de la noche, fuese asesinada a tiros una enfermera del Centro de Diagnóstico y Tratamiento de Río Piedras. Esta se dirigía a la Universidad de Puerto Rico para encontrarse con su hija, la cual estudiaba en la biblioteca de la Escuela de Derecho hasta altas horas de la noche. La occisa fue hallada en la entrada del puente que une la Avenida Gándara con la universidad, con cuatro impactos de bala en el área de la espalda. Los familiares de la misma estaban desconcertados al enterarse de la noticia, en especial la hija, quien se sentía culpable de lo ocurrido. Los oficiales determinaron que el homicida utilizó un arma de fuego corta, semiautomática, de acción simple y con calibre nueve milímetros; una Heckler & Koch USP variante Expert. Sin embargo, no encontraron alguna otra evidencia que indicara quién pudo cometer el crimen, ni hubo testigos por ser un área tan poco concurrida a esas horas de la noche.
El miércoles de esa semana fue reportado otro asesinato dentro del plantel universitario ubicado en el mismo sector. Esta vez un profesor de lingüística fue abatido a tiros en el tercer piso del edificio Luis Palés Matos. El cuerpo fue encontrado boca arriba, justo al lado de su oficina. El arma homicida era la misma, en esta ocasión con un silenciador ya que el oficial de seguridad que se encontraba en el primer piso no escuchó ningún disparo. La víctima presentaba cuatro impactos de bala en el tórax y un pedazo de papel en la mano. Era parte de un trabajo de la materia que enseñaba el profesor, comentado con un bolígrafo rojo y que decía: «Si no tienes las facultades o el conocimiento, es mejor que te des de baja del curso». Esta fue la pista que los dirigió a entrevistar a los estudiantes del académico. La decana de la Facultad estuvo más que dispuesta a colaborar con los investigadores, incluso les facilitó la lista de estudiantes matriculados en los cursos del profesor, las horas en que este impartía sus clases, el acceso a los documentos que tenía dentro de su oficina y un área para hacer las entrevistas.
Interrogaron a diferentes estudiantes, tanto graduados como subgraduados. El único obstáculo fue un joven sordo, al cual no pudieron entrevistar porque ni la universidad ni la Policía pudieron facilitarles un intérprete de señas, y cuatro jóvenes menores de edad que se rehusaron a participar del proceso ya que sus padres no accedieron a que fueran entrevistados. Por otro lado, muchos de los catedráticos comentaron que el profesor era odiado en la Facultad. Se rumoraba que cuando la víctima fue decano de la misma, este se había ganado muchos enemigos por la oligarquía que había creado entre sus compañeros académicos. Nuevamente los oficiales se encontraban con otro crimen violento y, a pesar de que la víctima tenía muchos enemigos, no poseían las evidencias suficientes para incriminar a alguien.
El sargento Cardona llamó a capítulo a ambos agentes. Estaba sumamente decepcionado porque no lograban esclarecer ninguno de los dos homicidios. Les dijo que habían tenido el tiempo suficiente para investigar y obtener resultados y que no esperaran por más tiempo después de esa semana. Como dicen los adultos sabios: «el que nació pa’ martillo del cielo le caen los clavos», el viernes en la madrugada fue asesinado un oficial de seguridad que se encontraba en la caseta de entrada de la misma universidad. La policía fue notificada a las cuatro de la mañana por un empleado de limpieza. Esta vez el sargento acompañó a sus subalternos a investigar los hechos y la única evidencia obtenida fue la grabación de la cámara ubicada fuera de la caseta donde se encontraba el cadáver. En la misma se observó que una persona vestida de negro y con una máscara de muñeca de porcelana se acercó al lugar y, con la misma pistola utilizada en los asesinatos anteriores, le disparó cinco veces al oficial. El cadáver tenía dos impactos de bala en su brazo izquierdo, uno en el cuello y otro en la mejilla izquierda; uno de los disparos no alcanzó al occiso.
La situación fue tan precaria que el gobernador ordenó a la Policía que se encargase de la vigilancia en el campus. Consecuentemente, los diferentes grupos estudiantiles se levantaron en contra de la decisión del primer mandatario, provocando una manifestación efectiva el lunes próximo. Tanto los profesores, los estudiantes como los empleados no docentes del recinto estaban consternados con la seguridad dentro del plantel; nadie quería ser la próxima víctima del asesino en serie que había acabado con tres vidas en menos de una semana. Los medios de comunicación se dedicaron a difundir la noticia por todo el país: «¡Son todos unos corruptos, por eso es que en este país las cosas se hacen a lo culo ‘e vaca!» fueron las expresiones de una residente de Santa Rita en una de las entrevistas del Canal Mundo. Era inmensa la vergüenza que sentía la Policía del país…
Para acabar de causarle más problemas a la Policía, el domingo se reportó otro asesinato en la residencia de una estudiante perteneciente a la universidad. La misma fue hallada por su vecina, quien al no verla hacía dos días, intentó llamarla tocando a la puerta y a la ventana del apartamento, al esta no responder, llamó a la Policía. El fiscal determinó que la joven había muerto hacía un día al recibir un balazo en la nuca. Los oficiales investigaron el apartamento y solo encontraron encima de la mesa una nota que tenía escrito «necesito vernos mañana por la mañana! te amo». La misma estaba escrita a computadora, así que era innecesaria la ayuda de un grafólogo, no obstante le cuestionaron a la vecina si había visto a alguien junto a la víctima durante esos días o dentro de la residencia. Esta les comentó que la estudiante siempre andaba sola, pero que a veces llegaba con otro joven al que no había conocido; una mañana lo vio salir del apartamento y le dijo «buenos días» pero este no le respondió. Sin embargo, detalló que en el día pasado no había visto a nadie acercarse a la casa y que tampoco vio a la muchacha, por eso fue que al día siguiente decidió ir a ver si se encontraba bien.
Cardona le pidió a los agentes que se encargaran de entrevistar a los familiares mientras él procedía a interrogar a algunas de las amistades de la fenecida. Estos explicaron que la misma solo andaba con ellos (dos varones y tres mujeres) o sola porque no era una persona de muchas amistades y que nunca la vieron con el hombre que había indicado la vecina. Por otra parte, los padres describieron a la chica como una aplicada, que solo se dedicaba a los estudios y que no le hacía daño a nadie. Ambos negaron tener conocimiento de que tuviese una pareja que la visitara a menudo, incluso habían hablado con ella días antes y esta no aludió a nada sobre alguna situación peligrosa en la que se encontrara.
Las semanas siguientes fueron un tumulto total. Por un lado, la presión de los familiares y los medios de comunicación para que se esclarecieran los crímenes y, por otro lado, las manifestaciones estudiantiles en contra del gobierno y la Policía, quienes estaban constantemente dentro del recinto universitario. El coronel Santiago no pudo posponer más los resultados de la investigación en especial al enterarse de que no tenían ni un sospechoso; decidió que el caso lo pasarían al Buró Federal de Investigaciones. Sin embargo, la noticia de que una persona estaba dispuesta a testificar lo que presenció en la muerte de la enfermera fue lo que detuvo el proceso de trámite federal.
El interrogatorio fue hecho por el sargento Cardona junto al agente Olivero. El hombre de cuarenta y ocho años de edad dijo que no había testificado por temor a ser arrestado como sospechoso, pero que no aguantaba más el no poder olvidar las imágenes de la enfermera muerta. Estaba seguro de que la información que tenía podía servir para identificar al asesino, de forma que no volviese a quitarle la vida a ningún otro ríopedrense.
«Yo iba caminando pa’ la cobacha donde me acuesto, al la’o del puente y vi a la enfermera; yo la conocía porque la veía cuando subía el puente por las noches to’s los días. Yo no le dije na’ que era peligroso porque iba y me echaba peperesprei. Puej ella iba a subir y de momento vino este chamaco y le pegó un montón de tiros en la espalda. A mí mi pai me había dicho que por la espalda lo hacen los caga’os. Y la tipa se cayó al piso despuéj del primer tiro, pero yo me quedé calla’o pa’ que no me dieran plomo a mí también. Y cada vez que’l chamaco disparaba sonaba una mierda como si fuese un radio desafina’o y él se aguantaba la cabeza como si le diera dolor fuelte. Cuando se fue, cogí mis cosas y me fui pa’ la plaza frente al CEJCO».
Al culminar el interrogatorio, los agentes y el sargento se dedicaron a buscar más evidencias dentro de la universidad. Mientras el sargento Cardona investigaba los informes del oficial de seguridad, los agentes fueron a la oficina del antiguo lingüista. En el escritorio del último encontraron una serie de trabajos subgraduados y, según la lista de estudiantes ofrecida por la decana, notaron que faltaba el documento de uno de los estudiantes. Al instante le dijeron por radio al sargento el nombre del chico; este continuó la revisión de los informes del oficial asesinado hasta que encontró uno, sobre un robo en la biblioteca, con el recién enterado nombre del joven.
Esa misma noche los agentes consiguieron la orden para allanar la residencia del presunto, quien vivía en la calle Humacao de Santa Rita. Estos entraron después de derribar la puerta, ya que nadie contestaba. Encontraron al mismo recogiendo sus cosas y lo arrestaron al instante. Dentro del inodoro hallaron el arma utilizada en los cuatro asesinatos. A pesar de que el oficial Ruíz le leyó sus derechos, el joven no habría su boca, ni siquiera para contestar si había entendido lo explicado. Fue llevado al Cuartel General de la Policía en San Juan para interrogarlo. Antes llamaron un intérprete de lenguaje de señas y entonces pudieron proceder al interrogatorio. Este fue el informe del intérprete luego de modificar la estructura del sordo al español:
«Es increíble cómo ustedes no podían conseguir un intérprete para entrevistarme cuando estaban interrogando a los estudiantes del profesor Rivera; ni la enfermera Zeno para atenderme cuando meses antes acudí con un dolor de estómago, ni el oficial Rodríguez para dejar expresarme en cuanto al supuesto robo del que me acusaba, ni el mismo profesor para ayudarme a comprender mejor la clase que “enseñaba”. Claro, ahora es necesario porque quieren esclarecer los crímenes, pero cuando uno lo necesita para vivir, no es importante, mejor que uno se acople a ustedes. Les debería dar vergüenza que pudieron haberme atrapado fácilmente, pero la ineficiencia de ustedes y de este país para con los sordos no les permitió ver lo que luego fue evidente.
Es cierto que yo maté a esas personas, estaba harto de ser marginado. Nunca he podido ser un joven normal porque esta sociedad se encarga de discriminar contra toda persona que es diferente a ellos, en especial a los que tenemos una forma de comunicación distinta. Por eso los maté, porque no aguantaba seguir siendo tratado como un animal por todos, como si uno no sufriera igual que ellos.
La maldita enfermera ni siquiera me atendió cuando fui al CDT a tratarme un dolor de estómago, mejor era pasarse el paciente entre los expertos a ver quién tenía las agallas de atender al “sordomudo”, en vez de responsabilizarse y llamar a un intérprete. Tanto tuve que esperar, que preferí largarme y mejorar con el tiempo. Ella no fue la única, cuando pasé por la biblioteca a buscar un libro de lingüística para instruirme, otro pendejo quiso burlarse de mí y me metió otro texto en el bulto. Al sonar la alarma, el oficial Rodríguez, en vez de dejar expresarme, rápido me sacó del edificio y me escribió un informe al expediente universitario. Para colmo, estaba matándome estudiando para la clase del profesor Rivera y él daba su curso igual de rápido, como si no hubiese un estudiante sordo en el salón. Maldito engendro desconsiderado y prepotente, lo único que hacía era decirme que ese curso no era para mi tipo de persona. Y por más que lo acusé con la directora del Departamento nada ocurría, si total, solo era el “sordomudo” ese que nadie toma en cuenta. Y la única persona que me brindaba apoyo, me escondía más que a un animal grotesco. Zuleyka nunca quiso que nadie nos viera juntos, que nadie supiese que yo existía en su vida. Hasta me hacía ir a su apartamento a altas horas de la madrugada para que los vecinos no se dieran cuenta de que un sordo era la persona con la que ella compartía todas las noches.
Así nadie puede vivir: rechazado, marginado, discriminado, tratado como la mierda más apestosa del mundo. Algo en mí despertó… eso que me hizo decidir matarlos. Fui a mi casa en Naranjito y le robé el arma a mi padre, quien fue policía. Como siempre, él la guardaba en el baño para protección en caso de un escalamiento a la casa. Maté a la puta enfermera y el sonido de los disparos me dañó los audífonos, así que fui a una armería y compré un silenciador. Después me encargué del profesor, esperé a que saliese de su oficina en la noche y le pedí mi trabajo. Cuando salió con él en las manos le disparé hasta que cayó y se lo arrebaté. Me sentí tan bien al ver la reacción de ese malnacido, jamás se imaginaría que su “estudiante más bruto” sería quien acabaría con su vida. Después de sentir tanta satisfacción al matar, entonces estaba seguro de no detener mis planes.
Ustedes, imbéciles, ni siquiera me tomaron en cuenta cuando estaban interrogando a los estudiantes. Bueno que les pase, los burlé en su misma cara. Luego fui a terminar con la vida del oficial que una vez me había tratado como el peor de los ladrones. Nunca olvidé el apellido de ese hombre, así que estuve pendiente de que lo movilizaran al turno nocturno y lo acribillé mientras él dormía en su silla. Por un momento, sentí desesperación y miedo a que me atraparan, así que le escribí una nota a Zuleyka para verla y le pedí que nos fuéramos a los Estados Unidos, donde la comunidad sorda no es tan discriminada. La mierda fue que, no le gustó nada la idea y me dijo que ella nunca me había amado, sino que sentía una pena inmensa por mí al ser tan atractivo pero sordo, y solo me usó para su placer. No aguanté la rabia y mientras bajaban las lágrimas le disparé para que jamás volviese a engañar a otra persona como lo hizo conmigo.
No sé cómo hicieron para conectar los crímenes y acusarme. No obstante, previsto de lo que pasaría, recogí mis cosas y compré un pasaje para Washington, pero como ven, desgraciadamente el tiempo no me dio. Eso sí, ahora que me traten con pena a ver si el gas pela».
Revista [IN]Genios, Volumen 2, Número 1 (septiembre, 2015).
ISSN#: 2324-2747
Universidad de Puerto Rico, Río Piedras
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