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Altar al duelo

Medio: Collage

Kelly Caballero Álvarez 
Departamento de Lenguas Extranjeras 
Facultad de Humanidades, UPR RP

Recibido: 5/09/2023; Revisado: 27/11/2023; Aceptado: 2/12/2023

Descripción

“Altar al duelo” es una ventana de comunicación entre el que sufre y el difunto. Hay preguntas que se quedan sin respuesta y nos provocan un inmenso sentimiento de incertidumbre e impotencia. Inspirada por mi conexión a la muerte con la pérdida de mi madre, en combinación con una canción del álbum más reciente de le artista Melanie Martínez titulada “Death”, trabajo el duelo y la transformación espiritual por la que uno pasa durante la aceptación, el último estado del duelo. Tomando la oportunidad de inspiración que me brindó participar de un taller de arte de collage del Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico, hice, por primera vez, un collage con relieve utilizando obras de artes encontradas dentro de revistas de arte para dar vida a lo que yo visualizo que es un altar al más allá de nuestra dimensión.   

“Death has come to me, kissed me on the cheek, gave me closure” fueron las palabras que le dieron vida a mi obra en un intento de conseguir cierre. Pero siempre queda una pregunta: ¿hay cierre realmente? Como no sé la respuesta, prendo una vela y me siento frente a mi “Altar al duelo” y le pregunto al más allá.   

 


Posted on December 23, 2023 .

La recta final

Sheyleen Rosado Ramos
Programa de Educación Secundaria en Matemáticas
Facultad de Educación, UPR RP

Recibido: 10/09/2023; Revisado: 21/11/2023; Aceptado: 2/18/2023  

 

Justo cuando estaba a punto de llegar a la meta, todo se volvió negro. Solo éramos la línea de meta y yo. 

 

Había estado preparándome para esta carrera durante toda mi vida. Muchas veces me levanté antes que el sol, y me acosté tarde en la noche con tal de poder entrenar. Hubo veces en las que me rendí, no voy a mentir, pero luego volvía a empezar. A lo largo de mi trayectoria perdí y conocí a muchas personas. Todas ellas, de una u otra manera, aportaron a mi preparación.  

 

Pensaba que esta carrera era mi mayor sueño, pero cuando la fecha se fue acercando las cosas cambiaron. Ya no era la misma persona segura de lo que quería hacer, como lo era antes. Mis piernas estaban cansadas de tanto correr, y mi respirar era más pesado que nunca. Tenía muchas dudas en mi mente. ¿De verdad esta carrera es lo mejor para mí? ¿Valieron la pena todos estos años de esfuerzo? ¿Esto es, realmente, lo que quiero hacer? Quisiera descansar, pero ¿me merezco descansar?  

 

Cuando el día de la carrera llegó, hice todo lo que era esperado de mí hacer. Me levanté temprano, desayuné, llegué al lugar de la carrera, y esperé a que comenzara. Vi a dos pájaros caminando cerca de la pista y, ¡cuánto deseé ser uno de ellos! Sin expectativas ni estándares esperados de ellos, qué bonito debería de ser.  

 

La entrenadora se acercó a mí para decirme que la carrera estaba a punto de comenzar, que debía ponerme en posición. Los demás corredores y yo fuimos a la pista, a nuestros lugares asignados. Y, con el sonar del disparo, la carrera había comenzado.  

 

Hice todo lo que tenía que hacer. Usé las técnicas aprendidas, y hasta improvisé en momentos. La línea de meta ya estaba a mi alcance. Justo cuando estaba a punto de cruzarla, el tiempo se paralizó. Miles de pensamientos pasaban por mi mente. El más ruidoso de todos siendo: ¿Esto, realmente, vale la pena?  

 

En mi vida hice muchos sacrificios para llegar a donde estoy. Debería de estar feliz por haber llegado tan lejos y de estar tan cerca, pero no lo estoy. El futuro me aterra. No sé qué vendrá después, ni cómo calmar mi ansiedad sobre él. Pero ya estoy aquí. Se lo debo a mi yo del pasado, que tanto se esforzó, luchó, y sacrificó para terminar esta carrera.  

 

Con un salto de fe, crucé la línea de meta. Muchos vinieron a felicitarme. Hubo aplausos y gritos de felicidad por montones. Hace mucho no sentía una alegría tan honesta, ni sonreía tan genuinamente, como lo hacía ahora. Después de tanto tiempo, terminé mi carrera.  

 

Vi a los mismos pájaros de antes. Ambos me miraron fijamente y, luego, se fueron volando. Ellos, también, han de tener otros asuntos con los que lidiar.  


Posted on December 23, 2023 .

Gloria

Sebastián López Fernández
Departamento de Literatura Comparada
Facultad de Humanidades, UPR RP

Recibido: 26/08/2023; Revisado: 22/11/2023; Aceptado: 18/12/2023  

Escondida tras la transluciente cortina del cuarto que descendía como una cascada turbia hasta desembocarse fuera de su caudal sobre el piso ajedrezado del apartamento en la esquina que sirve de colindancia de la calle Sol y la calle Luna, se encontraba la señora Gloria de Jesús. Elegante, rígida como una varilla, siempre andaba abrazada por su echarpe de seda fina degradada hasta ser un mero trapo de hilos perfumado. Una bata de baño manchada tras años de uso resaltaba los picos esqueléticos de su cuerpo, sobresaltando la tela como islotes inhabitados en un mar muerto. Se cargaba con una fragilidad concebida en un comienzo como símbolo de su estatus, su finura compuesta de lazos atados por gentiles copos de nieve. “¿Sabes que una vez nevó en Viejo San Juan? Doña Fela la trajo en avionetas desde allá afuera”. Gloria le contaba a todos los que pasaban por su residencia por una copita de café o vino (dependiendo del propósito de la visita) la historia de cómo desfiló por la calle vestida de dama fina española en una de las fiestas de la Calle San Sebastián en los 70. El año específico se le escapaba de las entrañas, y, además, pedir especificaciones sería un paso cercano hacia cuestionar su edad, y eso sí que no. Su pared portaba un artículo de periódico en que una mujer con facciones efímeras usaba un traje amarillo sencillo, pero regio, y un parasol inclinado, solamente su sonrisa delimitada por sus labios rojos que cortaban la sombra. 

 

Esta no sería su última apariencia en la prensa. Gloria era, de hecho, una personalidad recurrente en su tiempo por su famosa columna de crítica culinaria desde finales de los 70. Sus gustos eran “refinados”. Conocía el flamenco. Pronunciaba las “eses” al final de las palabras y las “zetas” como una castellana. Tenía cuidado con quien se involucraba, ya que quería preservar la “reputación” privilegiada de su familia. Conocía la ética de cubiertos apropiada para una cena y sabía qué botella de tinto usar para cada ocasión. Cargaba consigo valores con raíz en el Viejo Mundo. Sin embargo, su talento, todes pensaban, era su calidad de describir lo gourmet con una riqueza de detalles que era como si el plato mismo estuviera en frente del lector. Las crujientes chispas de un filet mignon en una olla; ese particular sonido que detona una profunda hambre, despertando las glándulas salivales y el innato deseo de devorar, era replicada a la perfección en sus artículos. La experiencia élite: el conocer que ese plato había sido cocinado a su estado ideal y tenía un sabor sublime era traducido en unas meras palabras para el goce del público. 

 

Gloria tenía un regalo: con unos pocos caracteres en su columna de El Nuevo Día y con su fina composición de adjetivos descriptivos, podía conjurar un acercamiento a la esencia de la comida que probaba. Chisteaba con que no le sorprendería ver a sus lectores lamiendo las páginas del periódico; Platón quedaría bobo. Sus seguidores aumentaban con cada pieza y su popularidad de efervescente champán la llevó de una pequeña columna a artículos de doble página a color. Era solamente una cuestión de tiempo en lo que su éxito la propulsara a donde siempre había sentido que pertenecía: invitada a galas de la élite colonial, donde por fin sería vista. Había, sin embargo, una dimensión totalmente desconocida a sus lectores; una experiencia que solamente Gloria cargaba consigo. Un don nacido de alguna irregularidad genética le había dado millones de receptores en sus papilas gustativas (la persona corriente solamente tiene alrededor de 10,000). Con un solo mordisco al filete, Gloria conocía la historia de la vaca. Las diminutas inflexiones de su lengua le daban su sobrehumana capacidad de transportarse con el sabor a los campos de Hatillo, cuando el filete era todavía vaca y rondaba las fotosintetizadas tierras. Tomando un segundo después de cada bocado para que la saliva hiciera su trabajo, llegaba a conocer cómo esa vaca fue tratada, la riqueza de su nutrición y los aditivos que se le agregaban. Solía dejar a chefs y otros críticos sin palabras al conocer detalles íntimos de la confección; cosas que hasta ellos desconocían.  

 

“El sufrimiento se saborea en la carne”, Gloria solía decir al concluir una larga anécdota en los soirées que tenía en su casa. La distinguida crítica tenía mala fama de sacar platos de la basura para cavar por los restos de carne o arroz que las personas dejaban. Toda partícula de comida sin consumir era una historia invisibilizada, destinataria de los vertederos cuando hay tanto sin ver... cuando ella pudiera ser la que pruebe esa vida tomada. Nunca llegó a conocer por nombre su aflicción. Siempre la pensó como una excentricidad privilegiada hecha posible por genética superior. Tenía que serlo; para Gloria, era un mundo invisible hecho real por su propia carne. Sus sensibilidades estaban en sintonía con el mundo natural, como si pudiera dar un vistazo a la red conectiva en ciclos de la vida y las grandes maquinaciones de procesos más grandes que la mera carne que ella habitaba. No hubo una gran lección de esto; su experiencia sensorial bordeaba en gula. Firmó un contrato con Telemundo para tener su propio programa, Desde la cocina de doña Gloria, todos los miércoles y viernes al mediodía en el canal 11. El programa fue un éxito en masa. Gloria se convirtió en parte de la iconografía de la televisión puertorriqueña, su temprano éxito solamente domeñado por la cara del indio todas las noches cuando el canal se iba off air. Su programa corrió en emisión por 15 años, hasta principios del 2000 cuando las audiencias comenzaron a pasar la página en su carrera. No hubo un evento escandaloso que la envió corriendo a las sombras del anonimato, sino que fue un mal más sutil y desprevenido.  

 

El telón sube sobre una tragedia larga y triste que comenzó cuando descubrió un nuevo sabor en su extraordinaria paleta… la descomposición de partículas de plástico sopándose por su cuerpo. Un mal de gastronomía, y una presa onda de detrimento que, como úlcera cancerígena, crecía en volumen con cada comida contaminada. Para su círculo, la comida era como siempre era; en su máxima capacidad, era perfecta, una pieza compuesta por manos maestras. Para Gloria, algo se había perdido. Como una nube negra solapada, su verdad del mundo cambió en el instante en que, en vez de ser transportada por los pastizales donde rondaba el ganado, encontró puro disgusto en el plato que sus propias manos habían preparado. Sus papilas gustativas la llevaron a través de la sofocante maquinaria impersonal de empaquetados, atándole sus manos en cautiverio plástico, su carne llena de preservativos y hormonas. Las cebollas que le añadían parecían estar repletas de fumigantes, gotas de veneno esparcidas para matar insectos y que han llegado a la tierra. Podía hasta sentir la marcha de botas fumigantes en el campo. Usualmente, podía trazar las huellas de condimentos idiosincráticos del chef, con la gentileza que la carne fue rebanada y tratada hasta ser llevada a la olla donde se uniría a los otros ingredientes. Gloria anhelaba saborear las cebollas de su campo favorito, importadas desde la Quinta del Sordo en Madrid. Todo ha cambiado. Poniendo la cuchara de vuelta en el plato, bajó la cabeza para tragar la última porción a escondidas. Solamente pudo subir su cabeza y sonreír a la cámara, su horror espectral escondido bajo la desmoronada máscara de clase y profesionalismo. La audiencia tomó un segundo, siendo espantados por la cara de Gloria, antes de comenzar a aplaudir por otro plato exitoso. Lágrimas balbuceaban un pánico existencial. El invitado, el Honorable Senador Carlos “Toti” Pacheco, tomó su cuchara y dio un mordisco, completamente ajeno a Gloria. Su cara brilló: –¡Otro éxito, Doña Gloria! –. En esa cocina artificial, su mundo se vio contaminado por una realidad inescapable y sus ideas fundamentales fueron reveladas a tener pie de arcilla. Aquí, en el episodio 294, el programa tornó en declive. Los rumores comenzaron a esparcirse cuando el crew de la filmación al día siguiente de Entérate con René la encontraron sentada en el piso de la cocina que servía como almacenaje de los ingredientes del programa, como una niña perdida en un centro de convenciones después de rendirse de tanto llorar. En vez de lágrimas, su cara estaba manchada con restos de comida. Docenas de ollas sucias tiradas en el piso la coronaban como culpable del caos. –Parece que pasó la noche cocinando como loca –decía la gente que la encontró. Ignoraban sus oraciones, hechas susurros por el horror que cargaba en su boca. –Todo sabe malo. Todo sabe a mierda. –Gloria alzaba la vista y preguntaba –¿Sabes qué le hicieron a la comida? Por favor, ¿tú sabes? Dime. Dime, por favor. –Gloria continuaría con el programa, cocinando la comida como debía ser, como conocía que era excelente, y siendo abatida por un horror industrial innato en cada plato. Como parte de su identidad en pantalla, en cada episodio que grababa, en el momento donde estampaba su identidad era cuando, luego de tomar el primer bocado, bajaba la cabeza para permitir el éxtasis de sus papilas gustativas. Tras un segundo, la alzaba con una sonrisa coqueta que denotaba experiencia y finura. Aquí era el momento en que su audiencia conocía la calidad de la comida, donde, mediante la complexión de Gloria, sentía que podía acercarse, aunque fuera una pizca, a la trasformadora experiencia sensorial que era su mano en la cocina. El asco le quitó su magia; sus facciones parecían transformarse dolorosamente en una máscara trágica tergiversada por exageradas contorciones de sus músculos que intentan moldearse, sin éxito, en algo bello. Empezó siendo algo triste que la audiencia que la recordaba con cariño de sus días de oro lamentaba. –Mira lo vieja que se está poniendo–. Luego de varias temporadas así, paso a ser un chiste… hasta que finalmente cancelaron su programa por pena. Esta historia está contada en silencio en cintas de VHS de grabaciones que, sin intención, narran desde el fondo. Gloria tiene docenas de cajas de todas sus temporadas en VHS puestas contra una pared en su apartamento. El estudio no sabía qué hacer con tantas copias en el almacén que se las dejaron tiradas al frente de su apartamento un desprovisto jueves a las 7:30 de la mañana, seis años luego de la cancelación. Todos los vecinos la vieron cargar las cajas. Las mañanas pueden ser inesperadamente calladas, incluso dentro del ajetreo de la metro; como si hubiese habido una intervención, donde una fuerza invisible pidió silencio en el set, se preparó la escena y, en vez de pájaros cantado esa mañana, solamente se escuchaban los quejidos de la patética dama. A través de los años descubrió que solamente puede tolerar una dieta de papas y zanahoria, una receta del doctor Normando. Desde su estación del programa, puede cambiar más vidas que en cualquier consultorio, Gloria siempre recuerda. 

 

María piensa que ella es una hipocondriaca. 

¿María? 

 

En fin, eso fue lo que fue. Ahora vive entre nubes del ayer, hechizada por la magia del ajenamiento temporal. Las cosas que sí recordaba con certeza, los trataba como fantasmas que no ofrecían nada, solo un tacto punzante de melancolía hecha sensible por su presencia atormentante. El condenado pretérito pasado simple del ser era su estado: Fue. El haber sido, pero ya no. Contrario a todo su poder, se había convertido en un fantasma intangible: era Tantalus, sin poder saciar su deseo de comida. Este inalcanzable apetito bailaba ante sus ojos, su condena era la bruma que tanto le litigaba sus lacerados ojos. ¡Ningún especialista podía decirle qué le ocurría! Sobre sus ojos, María, la enfermera que pasaba a visitarla todos los lunes, miércoles y días de fiesta, ya le decía cuál era la razón de su mal… pero total, no estaba aquí con Gloria para recordárselo. No entendía. De la misma forma que no entendía por qué hasta el día de hoy no se podía brindar al terminar un plato de comida sin terminar en quejas. Hablando del hoy… ¿Qué día era hoy? Captar el tiempo le resultaba difícil a Gloria; tenía una noción ligera que giraba en torno a ciertas garantías: el programa de doctor Normando y la milagrosa naturopatía en el canal 8, las visitas ocasionales de María cuando la llevaba a sus citas médicas y las fiestas de la Sanse. Pero, fuera de eso, anoche pudo haber sido pasado antier y el anclaje de “¿Hace cuánto fue que…” pudiera estar en el mañana escondido? Pero… ¿y hoy? 

 

¿Qué tiene hoy? 

 

Hoy a las nueve estaría el doctor Normando en el canal 8 para hablar sobre la experiencia recordada en la carne y cómo había creado una pastilla natural para tratar este fenómeno. Antes, en un día como hoy le hubiera encantado recibir visita. Té en mano y empapada en conversación refinada, pasarían a su sala, ornamentada con pequeños querubines de porcelana, platos coleccionables de momentos históricos de Puerto Rico y muebles antiguos de pajilla entrelazada. Los cojines estaban, por supuesto, envueltos en plástico. La capa de polvo que, como condena solemne, pesa sobre la sala y los querubines en sus espectros vigilantes, transformándola en un purgatorio solitario que no había sido penetrado en años. Un solo crucifijo en la pared norte de la sala era testigo único del abandono. Lo único que no tenía oportunidad para ser consumido por el olvido era la mediana bandeja que cargaba con todas las píldoras y suplementos naturales que Gloria tomaba. La carátula de las pastillas, además de tener el nombre impronunciable para cualquiera que no fuese doctor, portaba la cara del doctor Normando, naturópata y negociante, que había encontrado la cura a los males del cuerpo en recetas naturales y píldoras milagrosas. Siempre sonaba como un coro de maracas por todas las pastillas y creaban una efervescencia natural desagradable. Estas cosas se le pasaban por desapercibido a Gloria. María siempre le decía que iba a pasar un día a limpiarlo todo, pero luego de tener todo preparado, se paralizaba al tomar los marcos de fotos en sus manos. Luego de un segundo, guardaba todo y se despedía de Gloria. Pasaban unos días hasta que Gloria agarrara su teléfono apresurado para contrale del dolor de su cuello o de qué obscenidades estaban gritando los vecinos mientras Gloria espiaba. – ¿Quién te manda a escuchar eso? –le preguntaba María. Ella no entendía, nunca entendería lo que era estar allí, en el Apartamento C3, rodeada por nada excepto espectros efímeros de memoria y retumbos de una vida ajena que, adoptando la forma de dolores, castigaba su cuerpo. Hoy era el cuello, ayer fue la espalda, mañana si tenía suerte, serían las piernas. Gloria nunca llegó a entender el lloriqueo de María. Siempre le dio todo lo que necesitaba. María, que no ha vivido la vida de Gloria. María, que no entiende lo mucho que todo le duele a Gloria. María, que tuvo otros dos hermanos que la acompañaban. 

 

Pero… ya, basta con María. Ella no contaba como visita, y para la visita, Gloria pudiera describir en detalle los trajes finos que la primera alcaldesa de San Juan portaba, obsesionándose con comparaciones de medidas y en descripciones que rayaban en lo absoluto. Incluso, a veces se encontraba practicando la conversación para cuando alguien pasara (nunca pasaba, pero uno nunca sabe). Pudiera hasta sacar una cinta métrica del segundo baño que rodeaba la cocina que había convertido en almacén impromptu para comparar partiduras, longitudes de piernas, espaldas, o senos. En fin, todo para proclamar que el suyo fue mejor. Ella conocía de estas cosas. Esta habilidad descriptiva la conservaba de sus días de crítica de comida, pero a Gloria no le gustaba pensar en ese pasado. Era lo único que tenía claro que le pertenece al ataño y al polvo; sus papilas gustativas no le dejaban olvidar. Hoy no era un día de visitas. Hoy era como todos los días que habían pasado. Igual que todos los que vendrán. El mismo dolor de cuello que la mantenía paralizada en su silla por horas viendo televisión, la misma gritaera de los turistas que venían en cruceros y su boca… su pobre boca no olvidaba el horror. ¡Tenía que llamar a María! Ay, qué mucho le molesta todo el cuerpo. Su dolor venía desde profundo, y solamente Gloria conocía su agudeza. Había un mal, un veneno, por llamarlo así, en el cuerpo de Gloria que tomó raíz por su lengua hace muchos años. Ella, tan refinada y digna. Ella que conocía el flamenco, las joyas y la élite culinaria.  Ella que había sido olvidada. ¿Dónde estaba la mantequilla otra vez? No recordaba cuando tomó un plato de la cocina y se sirvió una lasca de pan seco. ¿Dónde estaba María? Ah, así es. En la graduación de su nieto; el nieto de Gloria. María no tenía edad para nietos. Solamente era madre y antes de eso fue hija.  

 

¿Hija de quién?  

 

Gloria desprendió el teléfono de la pared y sus frágiles dedos, estalagmitas de piel trazaron el número de María. Hoy no era ni lunes, ni miércoles, ni día festivo.  

 

CLACK 

 

El reloj de la pared dio las nueve. Su chirrido sacudió el estacionario apartamento, rebotando por todas las losetas travertino de patrón blanco y negro. Era hora del programa de Normando en el canal 8. Ojalá fuese el timbre de la puerta… ay, y si era un hombre guapo, que las vibraciones del timbre retumbaran por todas las paredes hasta llegar al pecho de la ansiosa Gloria. Desplazándose hasta la puerta, el mundo pasó a segundo plano y el sonido, tornándose mudo en búsqueda del latiente corazón al otro lado de la puerta. Luego de un suave rapado en la madera, escucharía: 

 

–Aló, ¿quién está ahí? 

–Soy yo, Gloria de Jesús. ¿A quién buscas? En este edificio viven otras dos Glorias, y cada una es más linda que la otra. 

–Y, ¿cuál eres tú? 

 

Qué macho más coqueto, es todo un sinvergüenza. Con hombros anchos que llevan a su busto, pincelado con canas grises que dan una sazón de experiencia a la apuesta cara. Sabía que era el doctor Normando, que, aunque fuese un hombre casado, Gloria no podía rechazar su atención. Gloria no se atrevía a mirar por la mirilla de la puerta y ceder al deseo. Entonces, deslizándose a la sala, toma el teléfono en mano. Esperaba el ring, ring, ring, de su otro novio. Este llamaba para buscarla y sacarla de aquí. 

 

–¿Así como estoy?  

–Sí. Ve bajando, que te busco ahora. 

 

Pero no había una voz en el receptor. Ni un cuerpo caliente en su felpudo. Tal vez, estarían en la cocina esperándola. Gloria los recibiría con una verdadera cena, abriendo el horno y sacando un pavo perfectamente ahumado, con crujiente olor y sin el sabor que la perseguía. –¿Me sirven una copa? –Gloria les preguntaría, guiñando a la experta selección de vino. Entonces, cortaría la primera rebanada de la carne, un filete para la invitada de honor: una hija. Quizás la suya, pero de alguien tiene que ser. Su cara disuelta e irresoluta sobre su pequeño cuerpo de muñeca de cerámica. La fantasía no le daba para reconocer su cara.  

 

Entonces, dieron las 9:04 y el reloj, continuó gritando, hasta que tomó forma en una furia amarilla y verde, entrando por su ventana y restregándose por el techo del apartamento en un vuelo desesperado. La incorpórea voz gritaba: HIERBAS CULTIVADAS AL TOPE DE MACHU PICHU LLEGAN A USTED EN FORMA DE UNA MILAGROSA PÍLDORA. GAAAAAAH. LA PÍLDORA DESTRUYE ENZIMAS DE CÁNCER EN SU CUERPO. GAAAAAAAAAAH. SOLAMENTE CINCO PAGOS DE VENTICINCO NOVENTINUEVE MENSUALES. GAAAAAAAH. SON LAS NUEVE, SON LAS NUEVE. Gloria se lanzó sobre el suelo, huyendo de la cotorra intrusa. Desde su cuarto, podía escuchar la voz de su doctor dándole la bienvenida a su audiencia. La cotorra gritaba una discordante mímesis: GAAHHHHHHH. EL CUERPO RECUERDA TRAUMAS QUE ENVENENAN. GAAAHHHHHHH. Bajo el pánico y los gritos, Gloria olvidó su finura y se lanzó sobre las cajas en la sala, corriendo para escabullirse al cuarto. Si el pájaro se enreda en el pelo y todos lo ven, Gloria simplemente caería muerta, la humillación reclamando su última víctima en la historia de la humanidad. Gloria había sobrevivido varias muertes, pequeñas muertes, pero nunca tuvo un pánico como el de hoy. La cotorra se seguía zambullendo sobre el cuerpo de la dama, gritando estadísticas de nutrición y ofertas de cremas contra la vejez. Si María solamente estuviera aquí, si María viera esto. ¿Dónde estaba ella? ¿Dónde está ella? Son las nueve de la mañana, no es una hora para sentir miedo. Hoy el doctor Normando hablaba en el canal 8 sobre sus teorías de cómo curar el cáncer, la gastritis, la diabetes. ¿Sabes quién fue el primer doctor en encontrar lo divino en la carne? Decía que la conciencia se veía atado a nuestras experiencias sensoriales, que nuestra alma, hecha divina por el Creador, seguía atada al frágil cuerpo. El cuerpo que era contaminado por comida moderna y creencias falsas. Solamente, tomando sus productos naturales y siguiendo la dieta de papas y zanahorias podías ser joven otra vez. –¿QUIÉRES SER JOVEN OTRA VEZ? –le gritaba la cotorra. ¿TE COMISTE LAS PAPAS Y ZANAHORIAS? GAHHHHHHHHHHHH, SON LAS NUEVE. En su paso cegado, Gloria tiró una caja al piso. Docenas de píldoras milagrosas salieron rodando por el suelo. Si tan solo parara de gritar. Gloria alzaba su vista, en genuflexión al televisor, donde la estática baila, podía notar la cara de su amado doctor. Su voz, tomada por la criatura y burlaba, sentía como la mueca apuñalaba su carne interna. Gloria miraba la boca de su doctor, buscando la sublevación de sus labios contra el caos que ella escuchaba, pero solamente encontró los gritos del pájaro emergiendo de su boca. –GAAAAAAAH. GAAAAAAAAAAAH. NUESTRA INVITADA, GLORIA GAAAAAAH NO QUIERE TOMARSE SU MEDICINA. GLORIA NO QUIERE TOMAR SU MEDICINA–. 

 

Cállate. Cállate. Cállate. Sentía el dolor de cabeza crecer, un caldero desatendido amenazando desbordar el caldo que hervía. Hoy no era el día para esto. Sus ojos le dolían demasiado, y su cuello necesitaba descansar. ¿Había tomado su medicina? Las lagunas de tóxicos, invisibles al ojo, hirvieron de la agitación y Gloria tuvo que tomar su medicina. La voz de la cotorra mentía y Gloria dio sus últimas fuerzas y tomó una palmada de las pastillas milagrosas, mordiéndolas y, hasta, llevándose su lengua con todo. En ese momento final de conciencia cuando el sonido desapareció y sus ojos comenzaron a sentirse pesados descubrió un nuevo sabor; el último que probaría, ya que solamente pudo dar cinco pasos sobre las losetas negras hasta llegar a su cama donde cayó como copito de nieve a las manos de un niño sanjuanero y dormiría, por fin, rodeada de su cuna barroca. Sus escabullidos pensamientos, buscando a qué sostenerse llegaron a la raíz de este nuevo y único sabor; el último que llegaría a reconocer y moriría, con el retorno de su don y la sublime descripción aun húmeda en sus labios. La cotorra termina su vuelo sobre la ornamentada cabecera de la cama, silenciando su grito. Los animales son seres empáticos. Ver el cuerpo crucificado por languidez despertó un sentido profundo de duda y un pensamiento privado, quizás el primer ejercicio de conciencia de su especie: 

 

¿Qué historia contará la carne de ella?  

 

Y, entonces, la cotorra sintió hambre, por primera vez. 


Posted on December 23, 2023 .

Poéticas vivas

Medio: Fotografía

Jayling Drowne Rodríguez
Programa de Estudios Interdisciplinarios
Facultad de Humanidades, UPR RP

Recibido: 20/09/2023; Revisado: 10/12/2023; Aceptado: 18/12/2023 

 

Descripción 

Poéticas vivas es un proyecto interdisciplinario que busca brindar una nueva vida a medios digitales como la imagen fotográfica y el video. Lleva a cabo esta transformación por medio de intervenciones poéticas, creando nuevas interpretaciones al fusionar el poder de la imagen y el poder de la palabra.   

“Desvanecer”

Lo que resultaría en una fotografía descartada cobra nueva vida en “Desvanecer”. En sus comienzos era una imagen sobreexpuesta, destinada a la supresión. Sin embargo, al ser manipulada se revelaron los colores escondidos tras la intensa luz. Ante los espacios donde la sobreexposición de luz permanece, entra la poesía a su rescate:   

  

Personas, lugares. 

memorias, 

que el tiempo desvanece, 

mientras nueva luz llega, 

la paz mental crece. 

  

Se contrasta esta venida de luz, ambas figurativa y contextualmente, como un marcador de un nuevo comienzo. La fotografía demuestra cómo el espacio y su sujeto se desvanecen, dejando entrar nuevos colores y matices que provocan un sentido de nostalgia, pero serenidad ante lo que acontecerá.   

Desvanecer, 2023
Fotografía digital intervenida

“Capturar el momento” 

 Una de las virtudes más grandes de la fotografía es poder capturar y apreciar un momento en el tiempo. “Capturar el momento” nos invita a estar presentes ante la rapidez de la vida. La fotografía, tomada desde un tren en movimiento, refleja un momento de pausa, detenerse en el presente y solo vivir sin las turbulencias del ambiente. Como apuntan los versos:  

  

A veces hay que atreverse a vivir en el momento, 

a sentirlo todo, 

con el presente en alto, 

y la mente callada.

Capturar el momento, 2023
Fotografía digital intervenida 


Posted on December 23, 2023 .

Misión fallida en Pompeya

Akari Sustache Baéz
Departamento de Psicología
Facultad de Ciencias Sociales, UPR RP

Recibido: 20/09/2023; Aceptado: 18/12/2023  

 

En una fría mañana del planeta gris Elerium, la nave E-43 emprendió su expedición hacia la Tierra. La misión, dirigida por el capitán Kaier, tenía el propósito de implantar un dispositivo exploratorio atmosférico en el área montañosa de Roma. Según las misiones recientes, dicha ciudad era el epítome de la civilización moderna en la Tierra. Por este motivo, el Departamento de Investigación Interplanetaria había decidido enviar a dos agentes altamente educados en la cultura terrícola como agentes encubiertos para la misión. La fecha, según el calendario terrícola, era el año 79 después del nacimiento de una figura llamada Cristo. Sin embargo, lo que concernía al capitán Kaier en aquellos momentos, mientras la nave atravesaba la Vía Láctea a la velocidad de la luz, era el presentimiento de que la misión estaba fuera de su control.  

Atrás en la cabina de la nave, los agentes Valera y Sirko se miraban fijamente. Valera sabía exactamente como el miedo corría por las venas de Sirko, pues de la misma manera corría por las suyas. Sabía que la atmósfera de Elerium pronto se volvería inhabitable y necesitaban recopilar toda la información posible para clonar la atmósfera terrícola. En un abrir y cerrar de ojos, la nave atravesó la exosfera y aterrizó cerca del monte Vesubio en la región romana. El capitán se despidió, prometiendo que en tres semanas regresaría para la extracción. Luego recalcó el protocolo indispensable de toda infiltración interplanetaria. 

–Asimilación total de la cultura local, no revelar identidad y, sobre todo, bajo ninguna circunstancia interferir con los procesos políticos, sociales o ambientales. Si esto sucede, la misión se va por la borda y se quedarán varados en la Tierra por el resto de sus vidas. ¿Entendido? 

Valera y Sirko asintieron y, tres días después, habiendo instalado una pequeña base científica, determinaron prudente conocer la civilización terrícola. A poca distancia del monte Vesubio quedaba una ciudad conocida como Pompeya, óptima para realizar observación social. Antes de aparecer en público, se colocaron sus máscaras y se ataviaron con pelucas, pues los Elerios carecían de vello corporal. Así también disimulaban la forma de sus cráneos.  

Durante los próximos días, establecieron una rutina de tomar las mañanas para registro de datos y las tardes para ir a Pompeya. A pesar de ser agentes de alto calibre, se les hacía difícil ocultar la emoción de observar el entorno humano en carne propia, lleno de comercio bullicioso. Un día decidieron explorar un tanto más y llegaron hasta la costa. Valera hundió sus pies en la arena, completamente absorta en el horizonte.  

–¿Hace cuánto tiempo no se ve un cielo tan azul en Elerium? –preguntó Valera, recordando los cielos grises de su planeta.
–Desde que mis abuelos eran niños –intentó recordar Sirko. 
–Te confieso que no me dolería quedarme aquí. 
–¿De veras? Pues, si algo fracasa y no volvemos a casa, tampoco me molestaría quedarme aquí contigo. 

Ella lo miró sonriendo. Él también la miraba, apenas comprendiendo el éxtasis de estar en aquel planeta, embriagando sus sentidos con una belleza jamás conocida.  

De repente, sintieron la tierra estremecerse bajo sus cuerpos. Inmediatamente corrieron a la base de observación. Notaron que se había registrado un temblor de tierra moderado y permanecieron intranquilos hasta que cayeron rendidos a merced del sueño. La naturaleza aparentaba estar en silencio durante la madrugada, hasta que otro temblor súbito estremeció la tierra. Entonces comenzaron a preocuparse. Al visitar la ciudad, observaron que las personas actuaban a su modo usual. Un anciano les dijo que no debían alterarse, pues era un fenómeno que sucedía de vez en cuando. Intentaron aplacarse, pero por la tarde sintieron un tercer temblor. Decidieron que era necesario hacer un análisis exhaustivo de las condiciones de la superficie y medir la temperatura geotérmica.  

Luego de una tarde de aplicar distintas pruebas para hallar las causas del fenómeno, dirigieron sus miradas hacia el monte Vesubio. 

–Es un volcán activo… –habló Sirko. 

Valera redirigió su mirada a los ojos de Sirko y dijo lo que ambos ya sabían.  

–Y va a explotar. 

Precisamente en tres días, indicaban los cálculos de sus dispositivos.  

Esto ponía en juego toda la misión. Si no escapaban, morirían con la explosión. Sin embargo, el mayor conflicto era que, según sus predicciones, el caos volcánico arrasaría Pompeya. En sus manos se encontraba el poder de advertirle a los ciudadanos de la hecatombe por venir y así salvar sus vidas, pero esto violaba totalmente las reglas de la infiltración.  

Pasaron toda la noche sin dormir, pesando aquel debate moral, hasta que Valera expresó lo que su conciencia no le permitía callar. 

–Esta tierra no será mi hogar ni mi responsabilidad… pero jamás podría perdonarme por dejarlos morir, sabiendo que podría haber salvado miles de vidas. ¡Qué importa si rompemos el protocolo de infiltración! ¡Tenemos un volcán de frente y va a explotar en tres días! 

Sirko la miró en silencio. Acto seguido, prosiguió a ponerse su disfraz y a dirigirse hacia Pompeya.  

–¡Sirko! ¿A dónde vas?
–A romper el protocolo.  

Sonriendo, Valera se apresuró a disfrazarse y corrió tras él. Al llegar a la cuidad, recién amanecía y las calles comenzaban a llenarse. Se acercaron a la plaza y juntos se treparon sobre la base de un monumento. Varias personas comenzaron a mirarlos. Valera respiró hondo y alzó su voz tan alto como permitió su garganta. 

–¡Ciudadanos de Pompeya! El caos está por venir… El monte Vesubio hará erupción pasado mañana y quienes no huyan, morirán.  

Ante las palabras de Valera, un círculo hostil se había formado en torno a los extraterrestres.
–¡Calla, extranjera! –gritó un mercader.
–¡Escuchen nuestras palabras y sálvense! Todavía están a tiempo–imploró Sirko.
–¡Están locos! –exclamó otro individuo.
–¡Más que eso, son hechiceros! –decidió una señora. –¿A qué dioses sirven?
–No somos hechiceros de ninguno de sus dioses. Venimos de lejos para anunciarles esto y salvarlos de la muerte segura –intentó explicar Valera.  

Esta respuesta no complació a la masa de personas, que crecía como levadura ante la conmoción.   
–¡Hablan contra nuestros dioses! Quieren atemorizarnos para conquistar nuestra ciudad –declaró la señora. 

Valera y Sirko intentaron explicarse inútilmente, hasta que el pueblo enfurecido se tornó violento. Comenzaron a arrojarles piedras y un hombre haló las vestimentas de Valera, arrancando su traje. Otra piedra dio contra el cráneo de Sirko, haciéndolo sangrar color azul.  

De repente, la turba calló. Miraban atónitos a los extraterrestres, quienes trataban de cubrirse. 

–¡Son monstruos! –gritó un niño. 

Entonces la multitud se alzó de nuevo en gritos. ¡MONSTRUOS, MONSTRUOS!, gritaban sin piedad. Eventualmente, un centurión romano llegó a la escena para llevarse a Valera y a Sirko. Este los presentó ante el cónsul, quien ordenó que los despojaran de sus vestiduras. Desnudos, mostrando sus pieles traslúcidas y cráneos amorfos, temblaron de miedo. El cónsul, asqueado y mirándolos con desdén, ordenó al centurión que los encerrara en un calabozo antes de ejecutarlos. De esta manera, terminaron en una celda subterránea donde la luz del sol entraba por pequeños orificios en el techo.  

–Ahora moriremos todos… –lamentó Valera en profunda agonía, mientras Sirko la abrazaba en su propio desconsuelo. 

Allí permanecieron un día entero, hasta que los guardias los liberaron en la mañana del tercer día. Tan pronto los exhibieron a la luz solar, la turba reapareció, sedienta de presenciar una ejecución.  

–¡Ciudadanos de Pompeya! ¡Aquí tienen a sus monstruos! –anunció el cónsul.  

Los guardias prosiguieron a llevarlos hasta una colina, donde los ataron y fijaron a tablones de madera. Ambos sabían lo que habría de suceder: crucifixión. Los guardias instalaron las dos cruces verticalmente. Ahora procedía morir por asfixia.  

La multitud observaba sus cuerpos traslúcidos temblar y tornarse rojos bajo el sol. Los extraterrestres observaban el monte humear y prepararse para explotar.  

–¿Dónde está la muerte segura de la que hablaban, ah? –preguntó un hombre.  
De repente, la tierra comenzó a temblar vigorosamente. Seguido de eso, una explosión se escuchó a la distancia y se elevó una columna de humo negro. La multitud murmuraba ansiosa, hasta que cayó el granizo y corrieron como ganado desenfrenado. Del cielo llovían piedras hirientes que desbarataban los techos. El cielo del mediodía se había tornado gris y los extraterrestres quedaron solos, aún atados a sus cruces. Los guardias que suponían vigilarlos corrieron al presenciar la primera oleada piroclástica. La explosión lanzaba grandes proyectiles en llamas que destruían todo a su paso, incendiando la ciudad. Entre el humo que arropaba todo, Valera y Sirko apenas podían verse. Las cruces habían caído al suelo, pero permanecían atados, incapaces de escapar.  

Arrastrándose, sus pieles traslúcidas sangrando color azul, lograron acercarse uno al otro. Sabían que estos eran sus últimos momentos y quisieron decirse algo poético antes de morir. Sin embargo, escucharon el zumbido del proyectil que se aproximaba. En un segundo serían mártires de sus buenas intenciones, sus recuerdos convertidos en cenizas. Sirko miró el cuerpo irreconocible de Valera y le regaló sus últimas palabras de consuelo: 

–Lo intentamos… 


Posted on December 23, 2023 .

Mensaje de la editora

Camille Villafañe-Rodríguez, PhD
Editora

La revista [in]genios se concibió hace casi una década como un medio para la difusión de la producción académica investigativa, creativa y técnico-profesional del estudiantado de bachillerato del sistema público de educación superior de Puerto Rico, que incluye a la Universidad de Puerto Rico, la Escuela de Artes Plásticas y Diseño, y el Conservatorio de Música de Puerto Rico. En el trayecto, hemos sido testigos de la calidad, originalidad, creatividad y profundidad de los trabajos aquí publicados, cuyas respuestas a problemáticas locales e internacionales crean lazos y diálogos imprescindibles.  

A manera de ejemplo, “La liminalidad de los espacios de la mente: la búsqueda de una metodología pre-liminal”, de Liam A. Gómez Pedraza, propone retomar el concepto de la liminalidad en las artes escénicas para conceptualizar una metodología de tránsito entre disciplinas como el performance, la danza y el teatro para desarrollar un producto escénico transdisciplinario. Además, en su trabajo “The detriment of the air conditioning unit and ways to improve ventilation in tropical and arid architecture”, Mauricio Luengo Ríos plantea cómo, ante la amenaza del cambio climático, la ventilación pasiva y el vernacularismo proveen soluciones para crear una arquitectura más sustentable. Por otro lado, en su obra “RE-VIVIENDA: Repensando la estrategia actual de diseño residencial y producción de comida en Puerto Rico a través de una propuesta sostenible”, Diego A. Daleccio Meléndez presenta un proyecto para la reutilización de contenedores de envío abandonados como material de construcción sostenible, cuyo propósito es crear viviendas sostenibles usando los contenedores abandonados por CROWLEY en Isla Grande. Por último, la “Propuesta de diseño para la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Puerto Rico” constituyó un proyecto grupal que consideró la crisis energética, la carencia de espacios de estudio y de accesibilidad, y la preservación de la flora y la fauna para diseñar una facultad de ingeniería que responde a las condiciones y necesidades de Puerto Rico. 

En efecto, los trabajos agrupados en este número bajo Artículos técnicos y propuestas ofrecen, desde diversas disciplinas, maneras de repensar nuestras circunstancias. Les invitamos a leer detenidamente los artículos, propuestas y obras creativas que nutren este número, y a apoyar esta iniciativa desde diferentes miradas. La revista [in]genios se enorgullece de continuar siendo el único medio en Puerto Rico que le ofrece al estudiantado subgraduado del sistema público la oportunidad de adquirir la experiencia y aprendizaje de publicar en una revista académica arbitrada. 

Posted on December 23, 2023 .